sábado, 22 de octubre de 2011

Templo de Debod.



El atardecer se ofrecía espléndido, se sentó sobre unas piedras a contemplarlo. Desde allí, majestuoso, el Nilo fluía incontenible arrancándole a la tarde su luz más íntima que, en forma de destellos, se reflejaba en sus aguas en una variedad de colores sin fin, dando vida a un valle que parecía ser eterno.

Antonio Cabanas (El ladrón de tumbas)

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